Morir. Desintegración. Absorción infinita. Paz.
Morir es una belleza. Es regresar a la cuna del Universo para arrullarnos hasta desaparecer. Morir es una belleza cuando bien mueres.
Pero hay otra cara de la moneda...
Morir si aún no te has liberado. Se han escrito hasta libros, como el Bardo Thodol, y visceralmente puedes sentir el viaje arquetípico por los infiernos cuando en verdad te abres a la posibilidad.
A veces la vida te empuja sin piedad y la única salida resulta el suicidio, por haber agotado todos los mecanismos de resiliencia y supervivencia. Pero qué pasa cuando SABES que esa puerta no conduce a la anhelada muerte, sino a otro proceso de renacimiento totalmente fuera de tu control. Otra identificación con un nuevo cuerpo, y la mente bien agarrada en la montaña rusa, aprovechando el viaje. Otro nuevo capítulo en la densidad, ¡aún más tiempo! Nuevos problemas, nuevos apegos, y probablemente alguna discapacidad aún más limitante.
Hace unos meses contemplé el suicidio. Por primera vez en mi vida como una opción real y no solo como un coqueteo curioso. Realmente me acerqué al borde a contemplar el vacío. Ese intenso enfoque y empuje de voluntad me llevó a ver que para mí esa no es la opción adecuada. Lo que descubrí fue un vaso con agua salada que no saciaría en absoluto mi sed.
Mi anhelada muerte es la muerte del ego. La liberación de la mente. Morir. Desintegración. Absorción infinita. Paz.
Satchitananda.
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